Algo tiene la geografía larense que la hace tan propicia para el florecimiento de músicos y poetas. Paisajes áridos, encumbrados y bajo un cielo pincelado con intensos colores en sus atardeceres despiertan la inspiración sin necesidad de buscarla. La música tiene esa cadencia tan parecida a la melancolía que producen estas estampas. Frente a ellas, solo resta estirar el brazo y asir su poesía para escanciarla sobre la hoja en blanco. Diríamos que en Lara la musa es orgánica, espontánea, desprendida.
De allí su bien ganado prestigio.
Entre las manifestaciones más vistosas de este estado, ocupa el Tamunangue, también llamado Sones de Negros, un sitial privilegiado. Expresión devocional, esta combinación de canto, danza y teatro se realiza en las comunidades larenses todos los 13 de junio en honor a San Antonio de Padua, figura del santoral católico que, como ocurre en la mayoría de nuestros ritos tradicionales, sustituye las deidades ancestrales de la población afrodescendiente. El Tamunangue, mantiene en los coros de algunos de sus ocho sones, voces de origen africano. Sones con nombres tan particulares como Yiyivamos, Juruminga y Perrendenga incluyen coros como Oé baqué, Tómbira y Ay tó que nos remiten a ese pasado de la madre África.
También incluye expresiones que nos conectan con la España europea y sus influencias árabes. Su instrumentación incluye la batería de cuatros larenses y unos cantantes que actúan de forma responsorial alternando los solos. La Batalla es un baile de garrote parecido a aquellos de la Europa medieval y el Seis figuriao bien pudiera vincularse a los antiguos bailes de cuadrilla. El elemento teatral se presenta en el coqueteo entre las parejas y, de manera notoria, en el Poco a Poco con sus partes de El caballito, Los calambres y el borracho.
Ignacio Barreto
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09/06/2024