Sucre, pueblos y culturas

I

En el oriente venezolano persisten tradiciones que testimonian, con una evidencia apabullante, el proceso de transformación histórica cultural que han vivido nuestro territorio y sus habitantes, cuya culminación es lo que podemos definir como “la venezolanidad”.  Chaimas, cumanagotos, guaiqueríes, kariñas, y guaraos poblaban ese espacio cuando llegó Cristóbal Colón con los primeros invasores europeos, a tierra firme del actual estado Sucre, en 1498. Actualmente sólo subsisten comunidades de los pueblos kariña, chaimas y guarao.

La ocupación del territorio no sólo se  concretó con la espada y la cruz. La presencia del extraño se reforzó también, imponiendo en suelo ajeno, sonoridades, costumbres y modos con el fin de preservar, tozudamente, el vínculo con los orígenes. El polo, la malagueña, la jota y las folías, así como la décima espinela, se instalan en nuevas geografías y sobreviven gracias al poder de la adaptación.

Después llegaron los esclavizados, sustraídos forzosamente de sus hogares en la madre África, con todo su bagaje cultural y esas ansias de libertad que motivaron la huida de las haciendas para establecerse en cumbes como el de Campoma, cercano a Cariaco, preservando sus costumbres y tradiciones.

A esto le sumamos, el fuerte vínculo entre las poblaciones de Paria y la cultura de las islas del Caribe, con la presencia de particularidades gastronómicas, idiomáticas (el patuá), arquitectónicas y, finalmente, musicales. Surge de esta dinámica de pueblos y culturas una idiosincrasia marcada por la extroversión, la irreverencia, el orgullo, la alegría y la devoción que se ve bien expresada en sus músicas, bailes, representaciones y fiestas. Sobre todo en mayo, el mes más esperado por el pueblo sucrense. Sus velorios de cruz son la síntesis perfecta de su idiosincrasia.

II

En Sucre, así como en otras regiones del país, llaman bandolín a la mandolina. No es caprichoso este término que refiere al instrumento como una bandola pequeña. La bandola, derivada del laúd árabe, tenía varias acepciones entre las que se encontraban las de  guitarra morisca y mandola. Arribó a tierra firme americana con los invasores españoles y se expandió por gran parte del territorio de lo que ahora conocemos como Venezuela, con la b sustituyendo a la m inicial y presentando variantes en cuanto a cordaje y afinación. En oriente, la bandola suele tener mayor presencia en Nueva Esparta, ya que en Sucre parece haberse popularizado más el uso de  una de sus hijas de origen italiano: la mandolina napolitana, nacionalizada como bandolín.

El bandolín está presente en, prácticamente toda la música sucrense. Acompaña los polos, fulías, jotas y malagueñas, ornamenta el piso armónico del galerón sobre el cual los decimistas improvisan sus versos en certámenes y competencias, le da brillo sonoro a las diversiones y ostenta sus posibilidades para el virtuosismo en los golpes con estribillo (el joropo oriental) cuando no están siendo acompañados por la cuereta, que es la muy oriental manera de denominar al acordeón.

Si existiera un olimpo para los bandolinistas, seguramente la divinidad mayor sería Cruz Quinal, natural de San Lorenzo, por allá por Cumanacoa. No sólo por su destreza como ejecutante, sino, además, por haber sido capaz de construir excelentes instrumentos, llevando su capacidad creativa a inventar el bandolín morocho, un verdadero portento de imaginación. A su lado estarían, seguramente, José Atanacio Rodríguez “El Chiguao”, Francisco Cortesía “Chico Mono” y Remigio “El morocho” Fuentes. Hasta un museo, que espera por un cariñito,  ostenta Quinal en su tierra natal.

III                                                      

Dice el maestro margariteño Beto Valderrama que la presencia de la bandola, o guitarra morisca, en tierra venezolana es más antigua que la del cuatro, o vihuela de cuatro órdenes. Y es muy probable que así sea, aunque su uso no se haya difundido tanto como el de nuestro instrumento nacional. Además de la bandola oriental existe la bandola guayanesa, la llanera, cultivada especialmente en tierras barinesas, la cordillerana de San José de Guaribe que tiene su origen en la bandola de la población mirandina de El Guapo, la del joropo yabajero. Y la andina, menos conocida y muy adecuada para la interpretación del bambuco.

En Sucre, la bandola oriental era el instrumento con el cual se interpretaban todos los géneros musicales de la región, hasta la llegada del bandolín sustituyéndola en gran parte del territorio. Sin embargo aún persiste un gran número de ejecutantes de bandola. Entre los más reconocidos debemos iniciar la lista con Luis Miranda, el bandolista mayor, pero también están Epifanio “Faño” Rodríguez, Tomás Aquino García, Gerino Brito y el propio Cruz Quinal que finalmente terminó destacándose como badolinista de primer orden. Actualmente podemos disfrutar de las grandes interpretaciones del carupanero Gustavo Saldivia, Carmito Romero de El Pilar, Sotero Azocar, Domingo Moya y Fabián Rivera. En el oeste sucrense destacan Héctor Quinal, sobrino del gigante Cruz, el cumanés José Gregorio Enis, así como Ramón Linares y Félix Martínez de Cariaco.

En fin que, sea con bandola o con bandolín, la música sucrense tiene quien la mantenga viva y presente. No permitamos que esa presencia se borre del imaginario de nuestras niñas, niños y jóvenes que son bombardeados, desde la industria del entretenimiento, con cantos y bailes que propician la desculturación y el desarraigo.

IV

El joropo en Sucre, así como en el resto de los estados orientales, tiene una particularidad tanto en su forma de ejecutarse y de bailarse, como en su desenvoltura rítmica que incluye cambios de compás. El más popular es el llamado golpe con estribillo que, como hemos dicho en artículos anteriores, se interpreta con el bandolín o la bandola, acompañados del cuatro, la marímbola (una caja con lengüetas de metal que producen los sonidos bajos sustituyendo al contrabajo), las maracas y la tambora. Pero hay un instrumento cuyo uso para la ejecución de éste género, estaba muy popularizado en Sucre: el acordeón de botones.

Este instrumento, llegado, probablemente, a la región a través de inmigrantes italianos o corsos, recibe en Sucre el curioso nombre de cuereta y tiene en Perucho Cova, natural de Campoma, a uno de sus más ilustres intérpretes. Lamentablemente, el uso de la cuereta es cada vez menos frecuente en las joroperas dado que, por razones comerciales, sus ejecutantes han migrado su repertorio al vallenato colombiano. Valdría la pena emprender una cruzada para recuperar su uso  nativo. En Caracas, tenemos el privilegio de contar con la presencia de un gran intérprete de este instrumento, venido de tierras sucrenses para regocijarnos con su toque. Me refiero a Mónico Márquez.

En los campos de Cariaco hay varios tocadores de cuereta, entre ellos,  Juan Bautista Márquez , mejor conocido como “Juan Bastardo”, los hermanos Aristóbulo  Ramírez y César Ramírez, Rafael Arias, en Campoma: Pedro “Peruchito” Cova ( hijo de Perucho Cova)

También tocan “Cuereta” en el valle de Cumanacoa, Jacinto Peñalver y Héctor Quinal. En Cumaná están el maestro Luis Lorenzo Rojas ( quien es el único que repara acordeones en todo el oriente) e Isidro Rodríguez. En  la zona rural, aledaña a la ciudad hay varios: En Nurucual, cerca de Santa fé,  está Carlos “Rápiño” García, primo de Mónico Márquez.

El golpe y estribillo tiene también momentos de virtuosismo para los cantantes, cuando se entra en la parte del estribillo y se juega con una suerte de trabalenguas al que llaman el cotorreao. Máximo exponente de este arte es el maestro Hernán Marín, sin olvidar a la sirena de Cumaná María Rodríguez y a Daisy Gutiérrez.

El canto sucrense cuenta con extraordinarios intérpretes y creadores. Dominadores de figuras poéticas que nos remiten al Siglo de oro español.

V

En Sucre, el canto y la poesía  conviven en el mismo hogar como una relación indisoluble de eternos enamorados,

Luis Mariano Rivera, el de Canchunchú, por los lados de Carúpano, fue poseedor de una inspiración privilegiada. Su obra, popularizada por otro gran intérprete, oriundo de El Pilar, Gualberto Ibarreto, ya forma parte del imaginario sonoro del pueblo venezolano. Destaca la ternura de sus textos, dedicados a la belleza que envuelve las cosas más sencillas, como las florecitas silvestres, lejanas a los arreglos florales y los centros de mesa, las fruticas del entorno tan accesibles a los niños campesinos como el caracol de tierra, o la estrella de la mañana, que acompaña al trabajador del campo mientras sorbe el guarapo que le dará el impulso para iniciar la faena.

María Rodríguez, la sirena de Cumaná, poseedora de una voz recia condimentada con esa picardía que sustenta el sucrense como sello de identidad. Creadora de festivos aguinaldos y hermosas fantasías carnavalescas que en oriente llevan el hermoso nombre de “diversiones”. Guardiana insigne de la más importante de las manifestaciones tradicionales del estado Sucre, la fiesta de Cruz de Mayo. De su estirpe son, sin duda, las maestras Domelis González y la joropera Paula Núñez, de los lados de Marigüitar.

Otro ilustre representante del canto sucrense es el maestro Hernán Marín. Trovador que ha dedicado gran parte de su vena poética a los valores identitarios de su región.

No olvidemos a los maestros del repentismo en la décima, juglares de la poesía circunstancial e irrepetible porque surge, vive y se libera sin la posibilidad de ser atrapada en el papel. Crecen como arroz los decimistas de Sucre. Cierro sin embargo esta serie señalando a dos, uno por cada lado del estado. Ignacio Muñoz de Irapa y José Julián Villafranca de Cumanacoa.

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