El 2 de noviembre, Día de Muertos se conmemora en varios de nuestros países, desde la perspectiva de nuestros pueblos originarios y afrodescendientes, como un momento para celebrar el transcurso terrenal de aquellos que ya no están con nosotros.
Famosas son las fiestas del Día de Muertos en México, una tradición que forma parte de las listas representativas del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. En Venezuela, también tenemos nuestra manera de celebrar este día y, así como en México, estas ceremonias nos remiten a nuestros pueblos originarios.
Una de ellas es La Llora, tradición de las poblaciones aledañas a la Victoria, en el estado Aragua consistente en una suite conformada por seis danzas. Su naturaleza indígena se evidencia en el hecho de que se representa coreográficamente de manera circular alrededor de un árbol al cual colocan colgado un muñeco o una gallina muerta ya que, de acuerdo a Don Lisandro Alvarado, esta ceremonia se llevaba a cabo, originalmente, “después que el cadáver de un indio había quedado sin materia blanda en la osamenta. Entonces el esqueleto era colgado al pie de un árbol para que allí los familiares y amigos entonaran cantos con las reseñas de los hechos vividos por el difunto”.
La Llora sufrió transformaciones en el tiempo y hasta estuvo desaparecida. Al parecer a la jerarquía eclesiástica le resultaba sumamente peligroso el hecho de que se considerara a la muerte con alegría. Al fin y al cabo y a pesar de la promesa del destino celestial, tiene la muerte, en el catolicismo, una solemnidad coercitiva que sirvió durante siglos a sus propósitos de dominación.
Gracias a la persistencia de gente como el Prof. Abilio Padrón, en los años 60 y, posteriormente, el Grupo Vera, sigue La Llora, en Día de Muertos, más viva que nunca.
Foto: albaciudad.org