Raúl Cazal
Un halo de misterio se tejió con la visita del escritor Alessandro Baricco por Caracas. Cuando se presentó en la Sala de Conciertos de la Universidad Central de Venezuela (UCV) se despejaron algunas dudas. Extrañamente vino a conversar con unos estudiantes de lengua italiana que en su vida conocieron algún libro de este autor prolífico.
Pero más aún, quien dirigía la charla con los alumnos hablaba como si Baricco fuera la summa de la cultura italiana, a lo que el autor de Novecento sonreía y prefería creer que no estaba bien traducido lo que acaba de escuchar.
Desde el director del Instituto Italiano de Cultura hasta los alumnos que debían demostrar el buen italiano que le enseñaron en un país tan distante, pero que lleva por nombre el de una ciudad italiana —Pequeña Venecia—, hicieron uso de internet para saber a quién habían traído a Venezuela.
Pasada esta situación, escuchamos al escritor que, más que enseñar la lengua italiana, dio un taller de literatura, con explicaciones sobre las interpretaciones que dieron a algunas de sus obras.
Homero, Ilíada, por ejemplo, no es una reinterpretación de este clásico de la literatura de la antigua Grecia, sino más bien una reescritura para un montaje de la obra. Esta tenía ciertas restricciones de tiempo —3 horas, 3 días—, puesto que la vida moderna es así, no como la de aquellos griegos que llevaban comidas y bebidas para estar uno o varios días para presenciar y disfrutar de las tragedias que ahora son clásicos universales.
Los críticos literarios todavía no le perdonan que haya omitido algunas escenas.
No recuerdo si le hicieron una pregunta en específico sobre esta obra, pero con el tiempo uno se percata de que ciertos escritores son verdaderos profesionales a la hora de contestar las preguntas que periodistas, críticos literarios y público en general le propinan sin pudor.
A veces la pregunta más sencilla termina con una respuesta inesperada que puede llegar a ser el titular de cualquier periódico, si es que estos medios están atentos, por supuesto.
Hizo hincapié en lo que ya Gabriel García Márquez había dictado cátedra en los años 60 ó 70 del siglo pasado, que era la idea del “parricidio literario”. También algunos otros escritores del boom latinoamericano mantienen esta tesis.
Recuerdo que a principios de siglo le pregunté al escritor colombiano Santiago Gamboa si pesaba mucho García Márquez sobre los escritores colombianos.
—En los escritores de mi generación, no —respondió con serenidad Gamboa—, porque nosotros cuando lo leímos él ya era un clásico de la literatura. Sin embargo, los escritores de hace dos o tres décadas, sentían la respiración de García Márquez por encima del hombro cuando escribían. Era muy angustiante para ellos tener a ese enorme mundo, pesadísimo, casi total, y tener que escribir otras historias compartiendo el mismo mundo. Imagínate el drama de algún escritor de Cartagena que vino después de García Márquez.
Ser un clásico era algo que huía y rehuía Julio Cortázar. Y también Baricco, aunque ahora dirigía un auditorio tan variopinto que a preguntas desconexas unas de otras respondía con anécdotas y fino humo.
Un tema recurrente es la soledad del escritor cuando escribe y para quién escribe, si es que hay algún destinatario. A Jorge Luis Borges en varias oportunidades le preguntaron por qué no escribía novelas. Una de sus respuestas fue que era por holgazanería. También llegó a decir que las novelas llevan muchos personajes y en su cuarto no cabe tanta gente.
Alessandro Baricco dijo que él tampoco está solo cuando escribe, que más bien es como un piloto de avión, que cuando hace un viaje piensa en esos pasajeros que van atrás y que desconoce quiénes son o qué hacen con sus vidas. Como escritor está acompañado de sus lectores, a quienes debe hacerles un buen viaje.
Y en esa soledad del viaje, a veces el capitán del avión debe tener contacto con la torre de control. Igual sucede con el escritor; en medio de la escritura conversa con su editor. Entre escritor y editor tiene que existir plena confianza, como sucede con los pilotos de aviación y las torres de control.
Solo a Mel Brooks se le ocurre matar al capitán de la aeronave en pleno vuelo y decir por el altoparlante si hay algún piloto a bordo. Así como algunos que pretendieron preguntar a los organizadores de la actividad si podían entrevistar al escritor Alessandro Baricco mientras estaba por Caracas. Respuesta ¿italiana?: negativo.
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16 / 11 / 2024